lunes, 3 de noviembre de 2014

Porque yo lo valgo

Andaba yo el otro día encerrada en el váter como suele ser costumbre últimamente (y sí, he descubierto la paz que transmite el baño cuando una se encierra y echa el pestillo y se aleja de la batalla campal diaria que es la vida con los chuchis. No os imagináis el silencio en plan retiro tibetano mientras los gritos infantiles se alejan cada vez más de mis oídos cual pesadilla maligna que retorna al Hades), cuando hete aquí que descubro en la sección noticias de mi smartphone la "nueva cara" de Renée Zellweger. La pobre no tenía bastante con un nombre raruno que ha decidido ponerse una cara más raruna aún.


Oye, que no. Que ella es así de mona ya de natural. Que la carita rechoncha y pizpireta de Bridget Jones era sólo debida a la ingente cantidad de donuts y guarrerías varias que le hacían ingerir para subir de peso y dar el pego así de regordeta infeliz en El diario de Bridget Jones. Una falacia, vaya. A ver si os vais a pensar vosotras que ella estaba a gusto con esa cara y esos kilos.
Si es que la pobre llevaba mala vida... tanto dinero, tanta fama, tanta pasta que gastar, una vida que no le llenaba pobrecitaella, sin sentido, desordenada... Ahora, que se encuentra feliz, que está sana y relajada, es cuando más bella se siente y más bella está, según ella, claro. Ahora es cuando se aprecia el verdadero bienestar y la truly happiness.

Y un cojón, querida Renée. Al menos podías haber intentado no hacernos pasar por idiotas al resto de los mortales. Al menos podrías haber dicho que tu época de Bridget fue deliciosa y espontánea, porque ahora encima de tener cara de momia achiporrada que desayuna un rábano y cena medio gramo de tofu nos haces sentir mal a todas aquella que te adorábamos cuando veíamos tu carita regordeta y feliz elogiando que la belleza estaba en el interior y que daban lo mismo unos kilitos de más mientras una se quisiera a sí misma. Al menos podías haber dicho que se te fue la mano con tu vigorexia posterior, con los estimulantes y las drogas y que se te fue la olla tanto como para casarte y divorciate a la semana alegando "fraude". Al menos podrías reconocer que te has quedado tan estropeada hija que ni un cirujano puede reparar lo irreparable, a saber, que la fama cuesta neni, que estar en lo más alto tiene sus consecuencias, y que si reniegas de las gorditas mofletudas y felices en plan "yo soy super healthy" pues ahora te jodes y te quedas con ese cuerpo escuálido y esa cara de perro apaleao que Dios -perdón, tu cirujano- te ha dado.

Y dicho esto, voy a trincarme un donut de chocolate. Porque yo lo valgo.